"Antes de abrir el libro de Juan Manuel, quise acordarme qué cosas había
visto o leído sobre el mundo del porno. Enseguida me vino a la cabeza Boogie Nigths, esa película tan hermosa
y tan amarga de Paul Thomas Anderson, que cuenta el ascenso y la caída de
varias estrellas porno de los años 70 y 80. Un mundo de hombres y mujeres a la
deriva, salidos de la escuela secundaria o de la cárcel, que intercambian
fluidos y gastan fortunas en cocaína, autos y tiendas. Una gran familia de
corazones rotos. También me acordé de mi maestro, Alberto Laiseca, quizás el
único escritor argentino que declara públicamente su gusto por la pornografía,
no solo como consumo sino también como materia prima de sus historias. En su
taller nos acostumbramos a escucharlo hablar del tamaño de las tetas de tal o
cual actriz o de la joyita que acababa de conseguirle su dealer de VHS. Hace
unos años con unos amigos le publicamos el Manual
Sadomasoporno, ahí Laiseca reparte lecciones para los amantes del género y
para las almas enfermas de desamor. Porque el manual es también la confesión de
un hombre abandonado.
Hace unos meses vi algunos capítulos de una miniserie local que
supuestamente retrataba la industria del cine porno, y que pasó sin pena ni
gloria. Lo siguiente fue Mundo porno
de Juan Manuel Candal. Una novela que realmente disfruté mucho (valga la
ambigüedad), que me hizo reír, que me provocó asco, que me paseó por estados de
frescura y de melancolía, de rechazo y de compasión.
El autor anda diciendo por ahí que se trata de una crónica
autobiográfica, que todo eso (¡y más!) le pasó de verdad. Yo no sé cuánto de
cierto o cuánto de ficción hay en su novela, tampoco me interesa confirmarlo.
Creo sí en el narrador, le creo tanto como le cree Azul, su novia. Y con eso me
alcanza.
El Juan de la novela es un chico no tan chico, de clase media, que
imaginamos tuvo la suerte de que su familia le pagara la cuota de la escuela de
cine más cara de Buenos Aires, que tiene altas aspiraciones artísticas y un
noviazgo que tambalea tanto como su economía. Su contacto con el cine porno es
fruto de la desesperación. Ahí conoce a Marcelo Trotta, un villano amateur con
quien aprende el ABC de la industria y sus más variadas miserias.
Me gusta el lenguaje de la novela: desinhibido, preciso, generoso en imágenes
y diálogos. Sin ostentación, o con la ostentación propia de un género que nació
para exhibirse.
El narrador podría pecar de loser
o de canchero insoportable, por suerte no es ni lo uno ni lo otro. ¡Bien por
Candal! Mientras lo leía me preguntaba cómo narrar ese mundo de lo explícito
trascendiendo justamente lo explícito. Un mundo donde el sexo es desbordante y
mecánico a la vez. Un mundo donde todo, absolutamente todo, es sexo. No sé cómo
se narra ese mundo, sé cómo elige hacerlo Candal. Valiente para decir lo que se
ve, valiente para insinuar lo que no se ve. Porque si bien Juan, el
protagonista, tiene su grado de cinismo (que le sirve para permanecer en un ambiente
áspero y sacarle provecho), nunca renuncia a la ternura, a la mirada del otro,
a los códigos. Por eso al final puede jugar a ser el héroe de la historia, el
caballero andante que viene a salvar a la damicela en apuros.
Como esa película en que la joven periodista rescata amorosamente al
viejo músico country, borracho recuperado, y sueña con un futuro juntos.
“Recoge tu loco corazón y dale otra oportunidad”, canta Jeff Bridges en su
guitarra. Aunque después las cosas no salen como ellos esperaban. Y la joven
periodista se va de su vida. Y el viejo músico se da cuenta que es hora de salvarse
a sí mismo.
A nuestro Juan le va un poco mejor. Y aunque las cosas no salen como él
esperaba, al final del viaje no está tan solo como al principio. Lo mismo que Mundo porno, hoy, acá, entre tantas
manos que se lo quieren llevar. Lo que ya es mucho decir."